Santa Felicitas: con una inversión de $15 millones, empieza la puesta en valor
Son tesoros arquitectónicos y artísticos que reúnen desde vitrales franceses, altares, esculturas y hasta un órgano alemán de 1873, la majestuosa Iglesia de Santa Felicitas resiste al olvido a través de un plan para ponerla en valor. El templo, una joya escondida en el barrio industrial de Barracas, es uno de los más bellos y antiguos de la ciudad. A diferencia de otras iglesias, no fue pensada para venerar una figura religiosa, sino para honrar a una rica y aristocrática mujer del siglo XIX, Felicitas Guerrero, asesinada por un pretendiente, hecho que es considerado uno de los primeros femicidios conocidos del país.
Pese a su valor arquitectónico, y de las leyendas tejidas alrededor de Felicitas que convocan a miles de visitantes, desde hace dos décadas, la iglesia sufre el descuido y la indiferencia. Algo que podría empezar a cambiar antes de que culmine este año. «Con un presupuesto de $15 millones, aportados por los sectores público y privado, en noviembre empezarán las obras en el edificio del reconocido arquitecto Ernesto Bunge, uno de los exponentes más bellos de la arquitectura germánica en la Argentina», adelantó a LA NACION Teresa de Anchorena, presidenta de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos. Sin embargo, el organismo no precisó quiénes desembolsarán esos fondos.
Las obras, que se ejecutarán durante ocho meses, aproximadamente, están destinadas a devolverle el brillo a la construcción inaugurada en 1898 e incluida actualmente en el listado de bienes valiosos de las ciudades de Buenos Aires y La Plata que esperan ser declarados patrimonio de la humanidad por las Naciones Unidas.
El proyecto de esta primera etapa comprende solamente la restauración de la fachada de la calle Pinzón, la que presenta la mayor cantidad de patologías edilicias. La intención es que el templo recupere la expresión material original con revoques en distintos tonos.
A lo largo de su historia, la iglesia tuvo varias intervenciones parciales, pero ninguna integral. En 2016, el gobierno de la ciudad realizó la adecuación del sistema eléctrico existente. Sin embargo, falta restaurar algunas de las arañas históricas, que en numerosos caireles de cristal aún conservan sus tubos de gas de carburo. Asimismo, resta iluminar la fachada para que se destaquen sus dos esbeltas torres con reminiscencias neobizantinas y neorrománicas, cuando se observa el edificio desde la Plaza Colombia, situada enfrente. Ninguna de estas obras está prevista en esta instancia.
En cambio, el presupuesto sí contempla también los arreglos del sistema pluvial, de un total de cuatro desagües, para evitar filtraciones desde los techos. «Los trabajos se realizarán primero en el exterior para proteger el interior», explicó Mariana Quiroga, arquitecta de la Comisión de Monumentos, en un recorrido por la iglesia donde se observaron humedades ascendentes y descendentes, así como faltantes de revoques, tanto fuera como dentro del templo, daños que afectaron a las pinturas decorativas interiores. Si bien en 2004 los Dörfler, expertos en techos, se encargaron de las cubiertas de pizarras y cinc de las naves, la cúpula central y la sacristía, y se detuvo el ingreso de agua, resta resolver con urgencia la reparación de los desagües.
La iglesia, con entrada por Isabel la Católica 520, en la comuna 4, integra el Complejo Histórico Santa Felicitas, que ocupa dos manzanas pertenecientes al Área de Protección Histórica N° 5. Además del templo, comprende la Quinta Álzaga, hoy Plaza Colombia; el antiguo Oratorio de Álzaga, los túneles de 1893 y el Templo Escondido, que se halla en el colegio aledaño. En el sector de la plaza se hallaba la mansión de los Álzaga, que fue demolida .
Historia
Según la tradición, a los 16 años Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto contrae matrimonio con Martín Gregorio de Álzaga, quien falleció. Según consigna el portal del Arzobispado de Buenos Aires, quedó «la mujer viuda a los veinte y cuatro años, y después de un austero duelo, se relaciona afectivamente con Enrique Ocampo, joven altamente conceptuado en los círculos sociales donde actuaba».
Sin embargo, luego ella inclinó sus sentimientos a favor de otro pretendiente, Manuel Sáenz Valiente. Ocampo no aceptó esta situación y, con la excusa de devolverle regalos y cartas, tuvo con Felicitas en la Quinta Álzaga un violento encuentro que terminó con dos disparos sobre la mujer. Murió al día siguiente, el 30 de enero de 1872, y sus restos fueron sepultados en el cementerio de Recoleta, donde permanecen.
Felicitas había quedado como única heredera de todas las riquezas de Martín de Álzaga, riquezas que tras su muerte pasaron a manos de su acaudalada familia, debido a que Felicitas tuvo un hijo, Félix, pero falleció a los 6 años, antes que lo hicieran sus padres.
El padre y la madre de Felicitas, don Carlos Guerrero y doña Felicitas Cueto, encargaron entonces la capilla que aún hoy impresiona por su originalidad y estilo ecléctico, que combina en forma exquisita mármoles, estucos y pinturas de mérito. Los vitrales son de origen francés, aunque no llevan firma ni marca de fábrica. El piso es de mosaicos españoles, los bancos son de época y se caracteriza por su valioso órgano, de la casa Walcker. Se destacan en el interior dos estatuas blancas de mármol, una perteneciente a los suegros de Felicitas, y del otro lado la imagen de la mujer con Félix. También están los bustos de los donantes, los padres de Felicitas.
En el frente de la iglesia se observa un reloj inglés de la firma John Moore and Sons de 1873, originario de Clerkenwell. En los jardines aledaños existe una reproducción de la Gruta de Lourdes, obra dirigida por el ingeniero G. Kreutzer.
En los años 90, los Guerrero, dueños también del castillo sobre la ruta 2, donaron a la entonces Municipalidad de Buenos Aires la iglesia de 600 metros cuadrados que se había mandado a construir en honor a Felicitas. Desde entonces hasta ahora, poca fue la intervención de los sucesivos gobiernos en pos de conservar el edificio decorado en forma exquisita con materiales traídos desde diferentes países de Europa.
Por eso, las obras anunciadas generaron aprobación. Según Ernesto Salvia, sacerdote rector de Santa Felicitas, «la ciudad, el barrio, la comunidad de la capilla, esperan que los arreglos protejan este tesoro patrimonial artístico y religioso». Lo mismo opinaron los vecinos.
«Estoy contenta de que mejoren la iglesia. Espero que ahora den misa más seguido», dijo Beatriz Aizcorbe, mientras compraba fruta en la feria de la Plaza Colombia. Por su parte, José Coco opinó: «Está buenísimo. Si lo hacen, sería fantástico. Creo que ya alguna vez comenzaron a repararla y luego la abandonaron».
«Tengo ochenta años y siento que es una pena que algo tan bonito esté tan mal, que no lo mantengamos», añadió Elba Rodríguez mientras cruzaba la calle Isabel la Católica con su changuito para las compras.
Fuente: La Nación
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