Los secretos del megatúnel que se construye en las entrañas del Río de la Plata
Una veintena de trabajadores ingresan al ascensor naranja que está pegado a una de las paredes del agujero y en pocos segundos descienden 40 metros. El operador a cargo del aparato abre la puerta metálica y, uno por uno, los operarios bajan los cuatro escalones que los separan del piso de cemento. Enfrente, los recibe el altar en honor a Santa Barbara, la patrona de los mineros. Algunos tocan el busto y se persignan. Otros suman alguna ofrenda a las dos manzanas y una mandarina que están sobre un plato, al costado de las flores.
Mientras esto sucede, el conductor del pequeño tren blanco de tres vagones toca la bocina y recorre los últimos metros de un túnel que parece no tener fin y que ingresa al primero de los dos agujeros ubicados a pocos metros del Río de la Plata.
De allí desciende otra veintena de personas que acaban de terminar su turno de ocho horas. Algunos saludan a la virgen y se suben al ascensor naranja que los llevará a la superficie.
Los que recién bajaron al agujero se acomodan sin prisa en los vagones y en pocos minutos el tren comienza su camino hacia la oscuridad. El viaje durará unos 50 minutos y recorrerá 10 kilómetros a 40 metros por debajo del lecho del Río de La Plata hasta llegar al final del agujero de cuatro metros y medio de diámetro donde una tunelera de más de 200 metros de largo los espera para seguir metiéndose río adentro.
Aún le faltan dos kilómetros para completar el nuevo emisario por donde se evacuarán, luego de ser procesados, los residuos cloacales de más de seis millones de personas que viven en la Ciudad de Buenos Aires y en 26 partidos bonaerenses.
«Nunca imagine trabajar en una obra así hasta que el destino me puso en este camino», contó Mauro Rodríguez, de 36 años, que es técnico en Seguridad e Higiene. «Trabajé cerca de una obra similar en el Puerto de Escobar entre 2011 y 2014 y me llamaba mucho la atención cómo sería la obra, qué sistemas utilizarían y cómo funcionaría la tuneladora. Hoy en día lo vivo desde adentro y agradezco ser parte de este proyecto tan importante»; agregó el hombre durante una recorrida de LA NACION por los primeros 500 metros del túnel del emisario del Sistema Riachuelo que se construye por debajo del río
Para Rodríguez, trabajar bajo el lecho del río es «una experiencia única» en la que se produce «una mezcla de sensaciones entre compromiso, compañerismo y seguridad porque a pesar de estar 40 metros bajo tierra y 10 kilómetros avanzados de túnel, los sistemas de seguridad son de alto nivel y mantenerse a salvo es fundamental para volver a casa con la familia todos los días».
Freddy Cazorla Condori tiene 41 años y, a pesar de haber trabajado en otros túneles, se sorprende ante el nuevo desafío que implica construir una estructura de estas características debajo del río.
«Soy el encargado del pozo, de la provisión de materiales. Realmente es sorprendente. Es la primera vez que trabajo en este tipo de obra bajo el lecho del río», dijo, y añadió: «Me gusta formar parte de una obra tan importante. Me gusta el compromiso y la responsabilidad. Que todos los compañeros nos apoyemos y nos cuidemos. A pesar de no ser mi primer trabajo en túneles, nunca imaginé participar en un proyecto así».
Edgardo Denis Ilardo es uno de los más jóvenes de la obra y con 23 años se encarga de la reparación de dovelas (las paredes del túnel). «Es un lugar de trabajo tranquilo. A pesar de las especulaciones, me siento seguro en donde me toca estar», relató.
Una mujer al frente de mil trabajadores y tres obras
Marcela Álvarez es ingeniera y está al frente de la megaobra en la que trabajan cerca de mil personas Marcela Álvarez.
De la recorrida de LA NACION también participó Marcela Álvarez, que es ingeniera civil y laboral y cuenta con un posgrado en ingeniería ambiental. Fue contratada por Aysa, bajo la órbita del Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda, para comandar la megaobra del sistema Riachuelo. De las tres partes del proyecto participan cerca de mil trabajadores.
«Para mí es un orgullo, como sanitaristas, poder llevar adelante este emprendimiento que fue postergado por décadas. Hoy es una realidad y pone muy alta la vara de mi responsabilidad para que todo esto fluya a la velocidad que necesitamos» sostuvo Marcela a la vera del río.
Mujeres en la ciencia
Con una sonrisa amplia, miró hacia el Río de la Plata, señaló una embarcación y contó: «Hoy estamos 10 kilómetros río adentro. Por donde veas barcos cruzando en los canales de navegación, más o menos por allí -señaló con su mano-, ya está Beatriz. Así llaman a la mayor de las tuneleras que llevan adelante la obra. Las otras dos son, de menor tamaño, son «Elisa» y «Valentina».
Los tres nombres son un homenaje a mujeres pioneras en la ciencia. Elisa Bachofen fue la primera ingeniera en la Argentina; Beatriz Mendoza es la mujer que encabezó la causa por el saneamiento de la cuenca y Valentina Tereshkova fue la primera cosmonauta rusa.
Ante la consulta sobre qué significa para ella, como mujer, estar al frente del proyecto, respondió: «Para mí es algo natural. Desde que me recibí siempre trabajé en un ambiente de hombres y en las obras», indicó Álvarez.
«Entiendo que llame la atención que semejante proyecto esté liderado por una mujer porque, normalmente, se acentúa más la posición de un hombre para una situación que se entiende que debe tener determinadas características. Yo digo que esas características son la perseverancia, fortaleza y, sobre todo, algo que solo las mujeres podemos poner que es pasión y corazón», dijo la ingeniera, y remarcó: «Cuando hay un desafío grande y hay que cumplir un objetivo, creo que las mujeres tenemos un valor agregado».
«No se me retoban. Me tratan con muchísimo respeto y consideración. Es más, creo que están orgullosos de que sea la cara visible del trabajo que hoy están haciendo mil personas. Esto no es algo individual, es el trabajo de un equipo enorme», reconoció la ingeniera sobre el vínculo que tiene con sus compañeros.
Sobre cómo tomó la noticia de que lideraría el proyecto, relató: «Primero no tomé demasiada conciencia. Me entusiasmó porque conocía el proyecto hacía muchos años. Luego pensé que estaban locos al decidir que fuera yo, pero creo que los que decidieron tampoco tenían en claro el tamaño de la obra que estábamos por encarar».
«Fue un desafío muy difícil. Sobre todo en el arranque, porque era algo tan postergado que nadie nos creía que fuera posible hacerlo y salir adelante», recordó Marcela.
Fuente: La Nación
Suscripción a
Las noticias más importantes, una vez por semana, sin cargo, en su email.
Complete sus datos para suscribirse.